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Des Fischers Liebesglück
Franz Schubert
en la joven voz de la soprano vienesa
Anna Prohaska
Por los prados fulgura
y me hace señas
un brillo pálido como una estrella
desde la habitación de la amada.
Engaña como fuego fatuo
y su destello
se balancea suavemente
en el círculo del ondulante lago.
Yo miro con anhelo
el azul de las ondas
y saludo al claro
rayo reflejado.
Y salto al timón
y hago balancearse la barquilla
hacia allí,
por el llano camino cristalino.
La amada se desliza abajo, confiada,
fuera del cuartito
y se apresura animosa
a venir hacia mí al bote.
Luego, los vientos benignos,
nos arrastran al interior del lago
hacia el lilo
de la otra orilla.
Las pálidas nieblas nocturnas
ocultan con velos,
a las miradas curiosas,
las bromas calladas e inocentes.
E intercambiamos besos,
y rugen las ondas,
oponiéndose a los espías,
con el caer y el crecer.
Sólo las estrellas
nos escuchan lejanas
y se bañan bajo la profunda senda
que abre la barca.
Así flotamos dichosos nosotros,
rodeados de la oscuridad,
caminando sobre
el centelleo de las estrellas.
Y lloramos
y reímos y pensamos,
separados de la tierra,
al estar ora arriba ora abajo.